Me llamo Sofía Gutiérrez, tengo 18 años. Soy una estudiante de secundaria de Colombia. Desde que era una niña, he sido extremadamente sensible a ver a otros con  dolor. Tiendo a llorar mucho cuando veo una tortuga enredada en una bolsa de plástico, o cuando veo gente que sufre de hambre o que vive en las calles. No podía tolerar eso, sentía la necesidad de hacer algo al respecto. En 2017, cuando estaba en noveno grado, para mi proyecto personal elegí crear conciencia de la vida en el océano entre la gente que conocía y todos los que podía alcanzar. Comencé mi investigación con los datos científicos de cómo funciona el plástico y cuáles son sus impactos. Fue entonces cuando me di cuenta de que la tierra estaba en peligro extremo. Continué mi proyecto creando un periódico escolar con información sobre el plástico en el océano. Gracias a eso, en mi casa los hábitos diarios empezaron a cambiar significativamente. 

 

Dejé mi proyecto fuera de la escuela por problemas de salud mental. No fue hasta el año pasado en agosto, – cuando parte de la selva tropical de mi país estaba siendo quemada-, que encontré refugio en el activismo climático. Fue entonces cuando creé un movimiento para conectar a los jóvenes con las ONG, para que supieran cómo ser parte del cambio. Gracias al movimiento, empecé a ir a huelgas climáticas, y a conocer a los activistas climáticos de mi ciudad, y ayudé a organizar tres huelgas climáticas en mi ciudad.  

Mi país tiene una de las tasas de desigualdad más altas del mundo, y los colombianos estábamos cansados de eso. En octubre, nos enfrentamos a una crisis social que provocó interminables protestas en todo el país, pero especialmente en mi ciudad, Bogotá. Causas desde sociales, educativas, hasta ambientales, lucharon juntas para exigir una acción justa del gobierno. Yo fui parte de algunas de las protestas. Sufrí abusos de la policía. Y fue entonces cuando entendí que mi país no podría avanzar en materia ambiental, si ni siquiera teníamos educación.

Formar parte de las protestas masivas en mi país me hizo dar cuenta de la magnitud de la relación entre el cambio climático y las cuestiones sociales, ya que pude escuchar de primera mano a las personas que sufren primero los impactos del cambio climático en mi país. Y fui consciente de que la violencia en mi país ha construido la sociedad en la que vivo, desde la conquista hasta el conflicto armado. Pero no fue hasta que decidí hablar que temí por mi vida, y supe en qué me estaba metiendo. Puede que tenga el privilegio de vivir en la ciudad y tener algún tipo de “seguridad” de la que carecen los líderes sociales en los territorios, y con ese privilegio decidí levantar mi voz, por todos aquellos que han muerto haciendo lo mismo en mi país. Crecí con las historias de mi abuela que me contaba cómo ella y su familia tuvieron que mudarse a la ciudad para que no los mataran debido a la violencia en mi país. No quiero seguir contando la misma historia. Por eso levanto la voz, para que defender las vidas de mi país no signifique poner la nuestra en peligro.

Fue entonces cuando tomé un camino diferente con mi activismo, empecé a escuchar, y luego tuve la oportunidad de ser parte de tres diálogos nacionales con mi gobierno sobre el fracking, la Declaración de Emergencia Climática y asuntos educativos. Me introduje en la política, dejando a un lado mis temores de hablar en público, trabajé con mi gobierno local y nacional, y decidí que lucharía por el acceso a una educación ambiental de calidad.

Hoy en día, soy parte de una organización juvenil llamada Pacto X el Clima, donde creé el programa de educación ambiental, y desde el año pasado en noviembre he estado dictando talleres a diferentes públicos (especialmente a los jóvenes). Con mi activismo busco hacer un cambio en la sociedad en la que vivo, y con eso hacer un mundo mejor, por eso me uní a Fridays For Future, para seguir aprendiendo cómo hacer un cambio, para contar la historia de mi país, y para luchar por mi presente.